jueves

Cuando es noche en Okinawa

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     Fue un domingo de verano. Con mi hermano nos sentamos en un banco de plaza bajo el inmenso gomero que presidía el jardín del hospital. Yo me había hecho dos trenzas especialmente para mi papá; mi chinita, me llamaba cuando me peinaba así. Lo vi bajar las escalinatas del edificio con los ojos huecos. Se acercó y nos besó, no sé si se dio cuenta de quién era yo. Traía unas cuantas hojas de papel blanco que nos puso en las manos. Se quedó con algunas y del bolsillo del pantalón sacó varias tijeras plásticas sin filo, como las que usan los prescolares. Las apoyó sobre el banco, eligió una y empezó a recortar largas tiras de papel. Nos decía con mucho cuidado, así, ¿ven? Mi hermano me dio una de las tijeras y con otra él también empezó a cortar. Ya me había advertido antes de llegar que a los locos les hacían hacer esas cosas. Yo no paraba de frotarme una rodilla con otra. ¿Querés ir al baño?, me preguntó mi hermano. El líquido tibio ya corría entre mis piernas.




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