viernes

Cuando es noche en Okinawa

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     Nunca pudimos reconstruir bien los motivos. Se acusaban mutuamente de estafas con los alquileres y traiciones con la herencia. La pelea fue definitiva cuando nosotros teníamos once años. Ese tiempo pasó lento para mí, con el recuerdo vivo de Joel cazando ranas o ganándome en el tinenti.
     A los dieciséis, un encuentro durante las vacaciones nos reunió otra vez. A nosotros solos, porque ya nuestras familias estaban desintegradas. Mamá y su marido en Salta, papá internado, mi hermano viajando a Houston. Joel se había peleado con mis tíos y vivía con la abuela materna.
     Esta es una polaroid, estamos jugando al truco en la playa, ese verano o el siguiente. Nos encontramos distintos; la adolescencia nos había robado parte de la antigua candidez. Pero sólo parte, y a cambio, a Joel le había acentuado el don de la persuasión. Yo volvía a estar cerca de la persona perfecta. Con el tiempo, aprendí a disfrutar de su compañía fragmentaria, porque andaba siempre ocupado en sus múltiples pasiones, sobre todo la ciencia y chicas que trataban de amarrarlo. Pero cada vez que recordaba la expresión de alegría que bañaba su cara, sentía que algo bueno había quedado en mi familia. Como una inocencia no del todo ingenua… De formas armoniosas, confiables, doradas…  Ah, sí…  es que en esta foto se parece a Vicente.


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