jueves

Cuando es noche en Okinawa

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     Éramos viejitos, Vicente, viejitos y felices.
     Se hunde los ojos con el pulgar y el índice, en un gesto muy de él. Pone la almohada a modo de respaldo y se incorpora.
     Estábamos en una especie de carruaje con cabeza de dragón, ¡Isao era el chofer!  Nos llevaba a una plaza donde se tomaba mate, pero era Okinawa, de eso estoy segura.
     Trata de sonreír, muerto de sueño.
     Se despereza y lanza un bostezo de animal prehistórico.
Había empezado a llover. Eran gotas puras y livianas. Y nosotros paseábamos del brazo entre unas flores que eran como la Santa Rita que vemos desde el balcón del living…
     A media tarde me acuerdo de lo más importante. Lo llamo al taller y le digo que en el sueño nuestra vejez era un profundo y largo diálogo en uchinaguchi.

 

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