jueves

Cuando es noche en Okinawa

92

     Ella me ofrecía plata cada vez que me escribía. Cualquier cosa, ya sabés. Y yo entendía que la oferta era exclusivamente de plata. Se había comprado una linda casa en Salta, que yo conocía sólo por fotos. Siempre supo poner excusas para que ni mi hermano ni yo fuésemos a visitarla.
     Era para protegerlos, me decía Amparo tiempo después.
Algún rumor sembró la duda, que Joel, Amparo y yo tratábamos de desvanecer en charlas llenas de conjeturas. Tanto dinero de pronto, tanto viaje. Decía que era por negocios del nuevo marido, que no viajaba por miedo a los vuelos largos.
     La detuvieron en Barajas con una cantidad de pastillas. La noticia me derrumbó, y me llenaba de espanto que aquello tan temido se hubiera concretado. Dos años llorando cada noche mientras la imaginaba en una celda llena de extranjeras. Las pocas comunicaciones con ella eran, como siempre, gélidas, pero me tranquilizaba un poco cuando decía que la trataban bien, y que su abogado era un as.
     Cuando terminó la condena, Joel y yo fuimos a recibirla a Ezeiza. Pero había cambiado el vuelo a último momento para el día anterior, y se fue a Salta con el marido, sin vernos.
     No quiere que la vean así, tal vez está muy desmejorada. Amparo la justificaba para aliviarme.
     Al mes volvió a Buenos Aires, moderna y elegante. Y entonces sí, finalmente, hablamos.
     
    

No hay comentarios:

Publicar un comentario