domingo

Cuando es noche en Okinawa

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     Empezó como una puntada cercana a la aréola, que se había enrojecido y estaba caliente. Hacia la noche tenía fiebre y una teta inmensa y dolorida. Guido lloraba reclamando su leche, empeñado en resistirse a la mamadera.
      Al teléfono, Vicente tomaba nota de las indicaciones del médico. Dice que tenés mastitis.
    Me acordaba de esa palabra porque se la había escuchado a mamá tantas veces cuando contaba sus partos, su lactancia frustrada. ¿Esto era?
     Mamá tuvo mastitis, no nos pudo amamantar.
     Vicente observa la teta con gesto compasivo. Había que ponerlo a Guido para que sacara la leche. Pero a la primera succión el grito me sale de algún lugar oscuro y lejano.
    Trata de distraerme. Me habla de la película que se quedó viendo anoche, mientras sostiene a Guido contra mí. Aprieto los dientes sintiendo la voracidad del bebé que traga satisfecho. Con los ojos cerrados, entro en el ritmo de la succión atravesando el campo inhóspito y espinoso del dolor.
    Tenía razón mi mamá, es terrible una mastitis. Me acuesto para recuperarme de la toma. Guido está triunfante, con los cachetes colorados, en brazos del padre que imprevistamente me pregunta ¿Por qué no la llamás nunca?
     Junto a las punzadas en el pecho, unos latigazos de frío me cortan la cara en ese campo oscuro, por donde voy abrigada con el tapadito de lana verde y el pasamontaña. Mis tíos caminan adelante, los escucho mientras arranco unas totoras al costado del camino de tierra. Anda siempre distraída, la llamás y tarda en contestarte…  ¿No se dan cuenta de que estoy a pocos pasos, con el corazón asustado porque sé que hablan de mí?  Qué querés… Mi hermana depositó al padre en un loquero y se lavó las manos. Discuten un poco, Lo bien que hizo, tiene que sacar los chicos adelante, voy despegando las espiguitas de las totoras una por una, Ah, ya veo, o sea que si yo me piro me tirás en un hospital y chau. Más atrás, mis primos vienen corriendo, empujándose. Joel llega sin aliento hasta mí, me empuja jugando. ¿No se da cuenta de que no quiero jugar, que me clavé una espiga en el dedo, que extraño a mamá?  Me tapo hasta el cuello y Vicente insiste ¿Por qué no la llamás?

  

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