martes

Cuando es noche en Okinawa


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Esa puerta de madera marrón, tan inadvertida hasta hace poco, ahora se convirtió en un imán al que miro de soslayo cada vez que paso. Es típica de este barrio antiguo. Se parece a la de la tintorería; las dos son angostas y altas, precedidas por escalón de mármol, coronadas por un farolito. Pero la de Isao tiene mucho vidrio, y eso la hace más comercial.
Miro la puerta preguntándome qué pasaría si de ahí saliera Amparo. ¿Cómo estará?  Joven, siempre muy joven. Casi una adolescente. No puedo verla con otra edad. A veces tengo la sensación de que junto a ella y a Joel yo tampoco hubiera pasado de los veintipico.
Nos encontraríamos de forzada casualidad. Igual que la vez que pasamos tres días sin vernos, enojadas por algo que no recuerdo, y las dos fuimos a esperar a Joel a Ciudad Universitaria, donde daba clases los sábados a la mañana. Solía jugar rol después de la clase y nosotras a veces nos sumábamos.
En la escalinata del pabellón II, ella estaba comprando cuadernos a un vendedor ambulante. Desde abajo vi su mochila inconfundible. Tardé un poco en subir, pensando si Amparo había ido para encontrarse conmigo y esperar a Joel era una excusa, o al revés. Todavía no lo sé. Pero esa vez nos reconciliamos sinceramente y él nos llevó a comer pizza al bar de la facultad, donde hablamos un rato largo de cosas que en esa época me apasionaban y que hoy me suenan demasiado abstractas, casi vanas.
 Amparo y yo nos habíamos sentado frente a frente. El maquillaje corrido le acentuaba las ojeras, dándole a su mirada un aire entre esotérico y desprolijo que era perfecto para esa tarde de nubes tormentosas, de pizza en bar universitario. Después, me dijo que había estado tan triste la noche anterior, que casi no había dormido esperando mi llamado.
Bajamos a jugar a un aula del subsuelo con el grupo habitual y jugando se nos fue la tarde. Salimos de las luces de tubos fluorescentes a la oscuridad del descampado que rodea al pabellón II. Nos enfundamos en nuestras camperas y caminamos hacia el estacionamiento. Me acuerdo de haber pensado: ¿hasta cuándo vamos a hacer esto? Jugar a todo, manía por la abstracción…  Así, jugando, se nos va a pasar la vida.


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