lunes

Cuando es noche en Okinawa

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      Amparo podía adivinar muy bien mis pensamientos y tenía una comprensión intuitiva de las cosas que vibran en el silencio. Hubiese sido una buena tarotista o psicóloga. Pero le aburría el psicoanálisis y de las cartas le interesaba solamente el diseño de las figuras, el contorno de los arcanos. Una vez soñó que viajaba a un lugar muy frío y se despertó apesadumbrada por el sabor a despedida que le había quedado. Unas horas más tarde, nuestro jefe me anunció que en un mes yo debía estar en Toronto participando de un congreso. Sentí la misma pena que Amparo la noche anterior.
      Con mucha frecuencia nos pasaban cosas así. Quizás por eso no le atraían las predicciones, y se quedaba con su instinto agudo y certero. Cuando algo me inquietaba, yo buscaba señales en el borde de sus ojos, siempre delineados con un negro intenso, convencida de que allí estaba su poder, el centro de su conexión con el trasmundo. Hacia la tarde o la madrugada, cuando los trazos del delineador se le borroneaban formando parches grisáceos debajo de cada ojo, se parecía un poco a los osos panda y yo le decía estás perdiendo los poderes.
      Pero fuese panda o hechicera, permanecía en paz con lo que se avecinaba, mientras yo la hostigaba con mil preguntas que ella decía no saber responder. Joel se reía. Lo único que quiero que me digas es el número ganador de la lotería; lo demás, que me sorprenda.
    El futuro significaba cosas muy distintas para los tres. Demasiado distintas para que pudiéramos imaginarlo juntos. Para Joel la incertidumbre era el núcleo mismo del sentido, y a esa aventura estaba siempre dispuesto. Amparo no se pronunciaba.
     Si algo existe pero no se manifiesta, es como si no existiera. Mi primo nos sacaba de quicio con declaraciones como esa, y yo me enojaba tanto que no podía argumentar. Amparo conservaba cierta paciencia: hay cosas que se manifiestan de maneras tan singulares que apenas se perciben…  Pero están vivas, esperando que se abra una puerta, reclamando un intérprete.
      En los últimos tiempos, Joel ya no creía en su antigua frase científica, pero la repetía en cualquier circunstancia, para provocarnos. Creo que yo era la única que se tomaba en serio esas charlas. Y seguía pensando en los inmensos poderes de Amparo, cuando nos quedábamos solas, intentando saber de qué estaba hecho el lazo que me unía a ella, a su mirada críptica que tal vez ya retenía en su interior el rostro amable de Joel como su tesoro más preciado.

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