jueves

Cuando es noche en Okinawa

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      Los domingos visitamos a los amigos y de vez en cuando a la familia de Vicente en Ballester. Son salidas agotadoras. Desde temprano, los preparativos: el bolso con pañales, biberón, ropa, chupetes…  Vamos en tren, contentos por el modesto triunfo de haber logrado salir de casa. Si Guido está despierto, le mostramos el mundo por la ventanilla. Estamos muy juntos los tres, haciendo de esa parte del vagón nuestro hogar momentáneo.
      Comemos en casa de mis suegros, con el eterno mantel de hule floreado mientras los sobrinos interrumpen charlas que nunca pasan de comentarios fugaces. Después Vicente juega con ellos al fútbol o nos aburrimos viendo televisión.
Volvemos de noche, con el bebé dormido en los brazos. Entramos al edificio y nuestros pasos retumban por el palier. Qué lindo, pienso, llegar a casa.

 

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