viernes

Cuando es noche en Okinawa

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     ¿Querés que hablemos?
     Su rostro siempre está un poco dorado, como si el sol del verano le rindiera todo el año. Unas arruguitas le bordean los ojos. Son nuevas. Las canas no, las tiene hace tiempo, entremezcladas con el pelo rubio que usa cada vez más corto a pesar de mis reclamos.
     Estás tan rara…
     Le tomo la mano, también dorada, con venas que parecen las raíces de un árbol, o un mapa de ríos. Desabrocho el puño de su camisa, deslizo mis dedos hacia adentro de la manga. También ahí, en el dorso del antebrazo, sus venas sobresalen mucho y se palpan como cordones de gomaespuma.
     ¿Qué pasa, linda?
     Me entrega su brazo, se tumba en la cama. Mira el techo dejándose recorrer, resignándose de a poco a mi silencio de mordaza.

  



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