jueves

Cuando es noche en Okinawa

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     Le llevo una donde estamos muy jóvenes los tres. Ese día me había mudado al departamento de Gaona y en la foto estamos apoyados sobre un mueble bordó. ¿Dónde lo habías comprado?, pregunta Isao. Lo había traído Amparo y juntas lo pintamos con esponjas, según una técnica que ella conocía bien. El suelo estaba cubierto de papeles de diario y había olor a aguarrás. ¿Cómo era la voz de Joel?  Aguda y un poco nasal, siempre parecía resfriado. ¿Quiénes eran tus vecinos en esa casa?  Una mujer sola que tenía una gata de angora preciosa. Se llamaba Matilde, la gata.
     Después me muestra un libro viejo, escrito en uchinaguchi. Tiene la tapa muy gastada, se ve el dibujo de un niño arriba de un árbol. Es de aventuras. No sabemos nada más. Los dos miramos el libro, las hojas ásperas, los caracteres mudos de ese dialecto japónico.
     Un mar de aguas espesas nos balancea, a mí en la historia triste de Isao y su hermano, el accidente de sus padres, la infancia de entenados entre parientes que no conservaron la lengua; a él, en mi aturdimiento solitario que me deja en el pasado una y otra vez. Su orfandad y la mía.

  

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