martes

Cuando es noche en Okinawa

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     Hacía mucho que no soñaba. Me despertó el teléfono cerca del mediodía; Guido y yo dormíamos en la cama grande después de una noche difícil. Antes de atender, pensé: quiero acordarme de este sueño.
     Sonriente en Okinawa, circulaba por una feria, algo como un mercado de flores. La gente hablaba y yo comprendía esa lengua con absoluta naturalidad, como si fuera la única y verdadera. Había que atravesar una puerta de agua cristalina para elegir las especies. Comprendía okinawense y ese entendimiento era tan potente que lo abarcaba todo…  Las cosas tenían una entidad auténtica, radiante, despejada de dudas…  Las sospechas de aquí y ahora, allá aparecían confirmadas; la semilla que hoy permanece bajo tierra, allá era una planta grácil y vigorosa. Me veía en una postal, con un traje folklórico en rojo y blanco. Había pasado por el agua y eso era muy bueno.
     Atendí a Celina. Fui amable con ella, cosa rara. Sí, todavía tose mucho. Voy a probar con el jarabe que me trajiste. Vicente, bien, en el taller. El fin de semana seguro vamos a tu casa.
     Corto y subo la persiana. De algún lado viene la música, pero es tan expansiva que por mucho que intento determinarlo, recorriendo de punta a punta el balcón en pijama, no lo consigo.

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