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Últimamente lo encuentro haciendo crucigramas; ya no lee tanto sobre ajedrez. Levanta la vista, deja la birome y me ayuda a entrar con Guido. Ayer tenía mala cara, había discutido con el hermano.
Mientras garabateaba el margen de la revista me habló de dejar la tintorería, de mudarse a vivir solo… No es la primera vez que dice cosas así.
Igual que las otras veces, escondo el enojo, y mi desesperación se disfraza de sensato aplomo. Le aconsejo que no tome decisiones repentinas. Él es muy joven; yo, una madre de treinta y ocho años que aprendió a desconfiar de los arrebatos…
Pero Isao no quiere saber de nada. Sólo Guido logra cambiarle el humor; le tira los bracitos y él lo alza.
Me habla de sus planes en voz baja pero es seguro que su hermano ya los sabe, siempre merodeando el mostrador, dándole de comer a los peces…
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