viernes

Cuando es noche en Okinawa

47



      No es por el bebé. Es por la bruma musical que desdibuja los días. Porque me borronea hasta transformarme en una copia gastada que no se corresponde con ningún original.
Con falsa soltura me muevo entre las paredes de este departamento, como si toda mi vida no hubiese hecho más que cuidar a un bebé, mientras el pulso de esta música me hostiga con palabras provocadoras:  ¿quién sos?
      ¿Antes lo sabía?  Hoy diría madre si me lo preguntaran. Una puntada sufriente se cuela en ese título y no sé por qué me siento tan huérfana cuando lo digo. Presiento mi desvarío; me pierdo en soliloquios que lo confirman.
      A veces, cuando hago algo muy frecuente, como cambiarle los pañales al bebé, me da por pensar que tal vez estoy ignorando algo. Algo importante y difícil de apresar, de mí misma, de Guido, o de Vicente. Quiero suponer que cuando lo devele voy a estar más tranquila, que voy a cambiar esos pañales sin estar pensando en otra cosa. Pero el asedio invisible de monstruos sin nombre ahuyenta las ganas de bucear en lo desconocido, y siento miedo y un frío exagerado. Me distraigo porque siempre hay algo urgente que hacer, como las nebulizaciones de Guido, o limpiarlo cuando regurgita, o atender a Vicente en el teléfono. En tanto, eso que se parece a un enigma espera agazapado entre los tres.
      Joel, qué bien te llevabas vos con los misterios. Siempre dispuesto a las sorpresas, esas que llegan de cuando en cuando para trastocarlo todo y volver las cosas del revés, doblegando nuestras fronteras más obstinadas.


  

No hay comentarios:

Publicar un comentario