domingo

Cuando es noche en Okinawa

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Jugábamos los tres en la cama grande. Vicente se esconde bajo la sábana, una manito con hoyuelos lo destapa. Las carcajadas de Guido me sorprenden. Pocas veces lo escucho reírse así.
Mi hijo de cinco meses tiene una mirada sombría. Cada vez me perturba más el desamparo que filtran esos ojos de color indefinido, que por momentos se parecen tanto a los de Vicente, y de pronto son iguales a los míos.



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