viernes

Cuando es noche en Okinawa

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      Merendábamos en la cocina, que daba al fondo de la casa donde siempre había ropa tendida. Me gustaba ver las sábanas infladas por el viento mientras Joel y los otros comían galletitas frente a la tele. El pedazo de sábana que se ve en esta foto tiene una estampa de dibujo animado, no distingo cuál. Yo miraba la ventana buscando mensajes tranquilizadores en el movimiento de las sábanas; la forma que les daba el viento indicaba cuántos días faltaban para que mamá volviera a buscarme. Nunca fueron más de quince o veinte; para mí eran eternos. Sólo Joel aliviaba ese tiempo. Cuando ella se iba me quedaba con una mansa resignación, después de preguntar por qué me dejaba ahí, sin lograr una respuesta coherente. A mi hermano lo mandaban a casa de nuestra abuela, para no sobrecargar a mis tíos. Tal vez él extrañaba menos ahí. Yo escuchaba hablar de mamá con frases que me entristecían. Necesita un poco de distracción, los cría sola todo el año, no puede ir a un cine, salir de noche… Me había olvidado… Hasta que vi esta foto.
      Pero enseguida me cautivaba la presencia de Joel y me iba a dormir esperando las mañanas de expedición a la zanjita donde mis primos juntaban renacuajos en un frasco para hacer experimentos…  Del departamento en la ciudad a la casa en Castelar, y esos juegos que eran fascinación y miedo para mí.


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