miércoles

Cuando es noche en Okinawa

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      Las palabras que antes me gustaban, hoy me parecen insulsas. Paso delante de las hileras impresas sin sentirlas, y no logro involucrarme en las tramas que empiezo a leer y abandono al segundo o tercer párrafo. 
      Es feriado. Hoy voy a humanizarme un poco, le había dicho a Vicente con dos libros en la mano, como para convencerme a mí misma de que algo de mi instinto lector aún estaba vivo. Y a las pocas páginas, la concentración lábil cediendo ante la voz de una vecina vieja que viene a pedirle ayuda a mi esposo para encender el calefón, o las discusiones entre una madre y sus gemelos en el departamento de al lado.         Vuelvo a la lectura desconfiando de mi elección, son libros para los que ya no tengo entendimiento.
       Vicente salió detrás de la vieja dejando la puerta abierta. Desde el palier se cuelan olores de mediodía y retazos de diálogos que encuentro adorables, no le pongas tanto aceite, Olga; pero si todavía no le puse, es el agua.
      Estas son las palabras que me prenden ahora. Y cierro el libro.


  

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