lunes

Cuando es noche en Okinawa

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        Mayo. Afuera está muy feo, hay mal tiempo desde hace días. ¿Cuántos?  No puedo calcularlos. Me parece que hace siglos que no salgo de casa. Lo que más extraño: charlar en la tintorería.
        Guido está lleno de mocos. Se le tapa la nariz, le cuesta respirar.
       El tiempo en el departamento es esta música contra la que peleo sordamente con unas fuerzas que a veces parecen declinar. El ritmo acelerado que entra por el balcón hace juego con la secuencia de atenciones a Guido: nebulizarlo cada cuatro horas, cambiarlo, darle el antitérmico cada seis, alternando con el antibiótico. Y el pecho, cada vez que lo pide. Entretanto, se me ocurrió retomar a los poetas provenzales, volver a Guinizelli y Cavalcanti.
        Pero vivo en pijamas con lamparones de leche que me recuerdan que soy una vaca de tetas gigantes. Y las vacas no saben leer.

  

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