lunes

Cuando es noche en Okinawa

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      A veces Vicente tarda en volver. Nunca hice caso de su impuntualidad. Pero ahora no tolero las esperas y no puedo evitar que mi angustia lo haga morir. Inquieto en su cuna, Guido parece percibir el accidente ferroviario, el asalto violento al taller, o ese dolor en el pecho que termina en infarto. Soy incapaz de consolarlo.
      Hasta que llega Vicente y me deshago en sus brazos, y trago una saliva con gusto a sal. Después, me duele todo el cuerpo y estoy tan cansada que apenas escucho cuando me cuenta del cliente que llegó a último momento y pasó más de media hora mirando el catálogo de marcos.


  

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