jueves

Cuando es noche en Okinawa

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        Casi nunca identifico los temas, enrarecidos gracias al arte de los mezcladores. Hoy el ritmo es más lento. Una melodía lejana, que reconozco a pesar de la distorsión. Café del Mar. Dejo a Guido en el cochecito y salgo al balcón, al aire frío que trae a Pat Metheny, el preferido de Amparo.
      ¿Le gustaría a ella esta versión?  Puro efecto, diría tal vez.
Como en las raves donde acompañábamos a Joel, años atrás, cuando todo olía a decadencia entre nosotras. Joel ya estaba enfermo y tuvo un vuelco espiritual. Cada semana viajaba hasta una quinta en Bella Vista para juntarse con un grupo de hare krishnas que proponían la danza como medio de sanación. Creo que también nosotras esperábamos alguna clase de cura en esas noches maratónicas donde bailábamos descalzas hasta caer rendidas en el pasto.
        Esto es trance, nos dijo Joel la primera vez que fuimos. Se había hecho experto en los subgéneros de la electrónica. Nosotras aprendíamos.
      Al principio Amparo y yo nos quedamos junto al escenario, entretenidas con los movimientos del disc jockey, su destreza para girar simultáneamente las bandejas y modelar los sonidos en secuencias muy cortas que por momentos se desplazaban, alargadas. Puro efecto, había dicho entonces. Joel daba saltos, tomaba pequeños sorbos de un té de llantén y cardamomo y cerraba los ojos. Al rato su cuerpo se volvía más plástico, como impulsado por espasmos armoniosos. Sus nuevos amigos vestían túnicas moradas y blancas, se abrazaban dando vueltas como una tribu de monjes exóticos.
      Vamos con ellos, dije por fin. Bailamos, flotando en esa sonoridad que traía imágenes cósmicas, que nos convertía en astronautas pisando el aire, montañistas hundiendo las piernas en el hielo. ¿Qué sentía Amparo en esas horas?  ¿Qué sentía Joel?  Yo quedaba largos ratos nadando en el espacio, pensando si el infinito tendría esa música.
     Fuimos a la quinta de Bella Vista casi todos los sábados durante el último medio año que Amparo y yo pasamos juntas. Hasta que Joel murió. En esas noches tomábamos prestada la ilusión de hermandad universal y nos despedíamos, tristes, en esa danza loca. Joel, ella y yo.

   

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