domingo

Cuando es noche en Okinawa

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    Ahora, por ejemplo, a las cuatro de la madrugada de Buenos Aires, en Okinawa deben estar tomando el té. De jazmín, como el que sirven en el Tao Tao. O tal vez no haya tiempo para tés, tan acelerados los japoneses, marabunta de corredores de Bolsa cruzando una avenida mientras hablan a los gritos por sus celulares. Okinawa no debe ser así, ni en estos tiempos ni antes. Sentado en la ribera con una cañita y un sedal, el abuelo de mi vecino jugaría a pescar la luna en un lago impronunciable. Todo silencio, o a lo sumo un tintineo de cajita musical. Tal vez ya supiera, ese chico de once años, que dentro de cincuenta tendría un nieto, que desde una tintorería en el otro extremo del mundo, lo imaginaría con una exactitud de calco.
     Hoy lo escuché hablar de sus abuelos con un apego remoto. Los conoció a través del escueto relato de sus padres, muertos en un accidente cuando él y su hermano eran pequeños. Descubrí que me encanta escuchar su historia, lo que sabe y lo que inventa sobre Okinawa.

 

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