jueves

Cuando es noche en Okinawa

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      Voy a la tarde porque sé que está él. Me ayuda a entrar el carrito de Guido por la puerta angosta y hablamos de Okinawa apoyados en el mostrador, custodiados por los cuatro pececitos. Ayer trajo las fotos que me había prometido, de lugares y personas que él nunca conoció. Yo viajaba por las miradas japonesas y las caras aplanadas, me internaba en esa lejanía que me iba acercando a mi vecino. Nos envolvía una serena intimidad, y sentí que hasta podría perdonarlo por la música tan fuerte. En ese momento Guido se despertó llorando. Mientras lo alzaba, súbitamente el rencor me dominó. Empecé a quejarme nerviosa, a decir que el bebé no dormía bien, que por mi balcón penetraba una música a todas horas, y con malicia le pregunté si él también la escuchaba. Me miró cándido, no, acá mi hermano pone las noticias todo el día.

  

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