martes

Cuando es noche en Okinawa

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     Sus abuelos eran de Okinawa y hablaban un dialecto particular; él no lo aprendió, y tampoco sabe japonés. Se encarga de recibir y entregar las prendas. No es raro verlo por la calle: pelo largo, vincha, y sobre un hombro, una gran bolsa de ropa doblada. En la mano contraria, un manojo de perchas con trajes. Hoy en cambio lee una revista detrás de la Caja, junto a la pecera donde van y vienen cuatro pececitos violáceos y anaranjados.
     Desde el fondo del local, entre las planchas, su hermano mira hacia el mostrador por encima de los anteojos empañados. Se mueve rápidamente, y tal vez por eso lo hago menos oriental que el otro. Pero los dos son argentinos.
     Me dirijo al de vincha y apunto al diálogo amable, a la comprensión para que bajen el volumen. Como siempre, soy rebuscada. ¿Sabés japonés?  No; me habla de unas islas, de dialectos, mientras yo por el rabillo miro la revista, alguna inscripción en la ropa que delate su fervor musical. Pero la publicación es de ajedrez y el agua de las Cataratas del Iguazú parece salpicar con violencia desde la franja horizontal de su remera.
     Por hoy abandono la pesquisa y le dejo nuestro cubrecama, con la esperanza de que logre remover las manchas de leche y óleo calcáreo.

  

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