martes

Cuando es noche en Okinawa



20

     Todavía estaba oscuro cuando Vicente vino a buscarme. Descalzo, con el pelo revuelto y una remera manchada que usa de pijama. Vení a la cama, si Guido ya se durmió. Se lo doy, y lo recibe como un tesoro. Lo besa en la frente, lo deja en la cuna. Camino del living a nuestro cuarto deslizando las medias por el parquet. ¿Qué hora es?  Las cinco menos veinte. Nos acomodamos en nuestra posición preferida de dormir, él boca arriba; yo, de costado sobre su pecho, capturando una de sus piernas entre mis muslos, como si fueran tenazas. La respiración suave de Vicente me va adormeciendo y me veo arrastrada por una corriente de agua tibia, como me pasa cuando estoy demasiado cansada.
     Algo me trae de vuelta, abruptamente. Guido llorando. ¡Otra vez!
      Entonces paso de madre a robot que baja de la cama y va al cuarto de al lado en busca del niño. Vuelvo con él, empujo un poco a Vicente, pongo al bebé entre los dos. Amanezco en el borde, haciendo equilibrio para no caerme.



No hay comentarios:

Publicar un comentario