domingo

Cuando es noche en Okinawa


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      A veces tengo la impresión de que es parte de mí. Cada día, sin embargo, en algún momento me sorprende con su insistencia de agudos, de uña chirriando en el pizarrón. Un malestar cercano al vómito nace en la boca del estómago y se instala en el pecho. El aire se vuelve desagradable, los juguetes en el suelo, mi desayuno inconcluso. Quiero controlarme. Me concentro en las voces femeninas de las canciones infantiles, subo el volumen, y a la ira le doy tregua hasta que siento que por las rendijas se cuela otra vez la vibración del sintetizador, los mezcladores, esa música en la que navegaba años atrás. Trance, distingo todavía. Lejana.
      Me lleva unos días darme cuenta de la magnitud de mi desagrado.




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