lunes

Cuando es noche en Okinawa


11


      Oscuridad interrumpida por rectángulos de luz más o menos intensos según la distancia.  Hoy también me siento en el único sillón del living, con una almohada en la nuca, frente al ventanal, a las tres de la madrugada.  Una manta de algodón envuelve a Guido en mi regazo.  De a ratos toma el pecho, de a ratos se duerme.  Si lo dejo en su cuna, llora.
      En los edificios se ven algunas ventanas iluminadas.  ¿Por qué estarán despiertos?  No se me ocurre otro motivo que acunar a un bebé insomne.  Todo lo demás es una locura: trasnochar con amigos, quedarse leyendo, levantarse a tomar agua.  Quien no tenga un hijo que acunar, que duerma.  Sin embargo, adoro a estos custodios anónimos y silenciosos, única compañía que acepto a estas horas.
      Quiero enderezarme y Guido protesta cuando cambio de posición.  ¿Cuántas noches más como ésta faltan para que duerma más de tres horas seguidas?
      En el cuarto o quinto piso de la torre más alta hay un televisor encendido que proyecta ráfagas de azul eléctrico.  Que algún noctámbulo se haya quedado viendo una película también me resulta insensato.  Como mínimo, es una hora y media que está robando al descanso.  Si hay propaganda, casi dos horas.
Propagandas de pañales o de tabletas matamos-quitos, que muestran a niños redondos, de mejillas sonrosadas, completamente entregados al sueño.  Igual que mi propio lugar común, antes de ser madre, anoche dormí como un bebé.
      ¿Sólo el mío llora?  Tiene cólicos, dice la pediatra.  Siento que me ahogo y lloro con él por sus dolores, por mi espalda contracturada, porque tengo la sensación de estar haciendo las cosas muy mal.  ¿Sería distinto si yo fuera más joven?  ¿Por qué esperé tanto para tener un hijo?
      Se apagan dos luces en el edificio de la izquierda.  Batalla naval en el horizonte.  Esos me abandonaron.




1 comentario: