miércoles

Cuando es noche en Okinawa

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     Paso las noches deambulando con el bebé a cuestas, intentando calmar su llanto.  Recorro el living vacío en interminables peregrinaciones, tratando de hallar ritmo para un tarareo sonámbulo hasta que Guido se duerme.  A veces me quedo largos ratos mirando su perfil delicado, su blandura, y lloro de felicidad, o de angustia, según el momento, porque sé que en cuanto intente dejarlo en el moisés volverá a despertarse.  Voy a la cocina, limpio las mamaderas, me acuesto.  Vicente ni se entera.
     Con cierta resignación logro apreciar la vigilia de las madrugadas.  En medio del océano de silencio que rodea las quejas de Guido y mi torpe canto, las luces vecinas tejen una red entrañable como faros para un náufrago.  Desde el ventanal registro cada casa iluminada como una compañía secreta y protectora.  Otros tampoco duermen.


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