viernes

Cuando es noche en Okinawa

7


        Ya lo vas a conocer, me dijo la pediatra después de oír el aluvión de lamentos porque no distingo cuándo Guido llora por hambre, o por sueño, o por cólicos.
      Nunca sospeché que el llanto de un bebé pudiera tener tantos matices.  Ya lo vas a conocer… Salí del consultorio llevándome la sonrisa confiada de la médica, y la certeza de que yo iba a poder entender a mi hijo. ¿Más tranquila?, me palmeó Vicente.
      Descifrar su llanto para conocerlo, fina tarea.  Durante el viaje de vuelta a casa me sentí capaz de todo, madre universal.
      Vicente fue a la farmacia y entré al departamento con Guido envuelto en una sabanita de lino. Fui a mi pieza y me recosté junto al bebé. Creo que dormitamos un rato. Debe haber sido un largo rato porque me despertó la presión de la leche por salir.
      Despabilo a Guido mientras siento que el goteo prolifera y la leche se expande por la ropa y las sábanas. Los pechos como piedras y Guido luchando por asirse de un pezón poco formado. Se desespera, llora; un llanto impaciente y rabioso que mi voz no logra calmar. Y es que detrás de mi susurro mecedor se oye una disonancia que viene de afuera.  Que se mezcla con el llanto en una sinfonía enloquecedora. ¿Y Vicente? Llega con una bolsa de algodón, gasas y alcohol, y me encuentra alterada, intentando mi último recurso: darle a Guido una mamadera que se niega a probar.
      Le reprocho a Vicente su tardanza. Fue menos de media hora, me mira sorprendido. Voy al baño y dejo caer en el lavatorio las gotas de leche dulce y espesa que siguen saliendo de mis piedras tetas, y que se juntan con otras gotas, saladas, porque inevitablemente lloro cuando hago eso.



No hay comentarios:

Publicar un comentario